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CUANDO NOS CONOCIMOS

  • 7 dic 2017
  • 3 Min. de lectura
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Cuando nos conocimos éramos dos seres más perdidos que el hijo de Lindbergh, ausentes en aquel salón de clase. Fue en una clase de historia de la arquitectura, creo. Irene estaba sentada a mi lado y yo al lado de ella. Tenía una barriga inmensa donde habitaba Facundo a sus anchas, quien nacería unos pocos meses después.

Había, el profesor, asignado un trabajo de algo y tenía que hacerse en grupo; yo miré mi derecha e Irene a su izquierda y así nos encontramos. No nos quedo más remedio y de esa forma armamos nuestro flamante grupo de dos extraviados en una ciudad extraña. Además, ninguno de los dos conocía a más nadie. Éramos unos náufragos.

Así comenzamos nuestra amistad. De la cual hoy seguimos unidos en la distancia del recuerdo mutuo. A Daniel me lo presentó Irene en algún momento mientras hacíamos el trabajo y todo fue risa contagiosa. Después de terminado y entregado ese trabajo, vinieron las  entregas de taller. Esto si fue mundial. Con eso consolidamos el amor que ya nos teníamos.

La primera entrega de taller de diseño de Irene fue cuando ya había entrado a los nueve meses de embarazo y Facundo estaba inmenso en su universo amniótico cual personaje de «Odisea 2001 en el espacio». No sé si Daniel e Irene me llamaron o me encontraron por allí, lo cierto es que el retraso con los planos y la maqueta estaban en desarrollo.

Y nos pusimos a trabajar en eso, amanecíamos dibujando y creo haciendo la maqueta, o maqueta no había, ya no recuerdo bien. Lo cierto es que pasamos varios días terminando el proyecto hasta que estuvo listo y entregado; Ahora no recuerdo que había hecho con mi proyecto de taller. Pero yo andaba vagueando como siempre.

Llegó Facundo y los semestres siguieron pasando, no muchos por cierto. Porque cuando volví a ver a Irene, era ahora Julieta la que ocupaba el universo amniótico de la nueva maternidad. Con Julieta creo que no hubo apuros de entrega o yo no estaba por allí. Yo no estaba allí porque ya Julieta andaba llorando a diestra y siniestra con aquellos ojitos redondos cuando la conocí, era preciosa y sigue siéndolo.

Y así seguíamos encontrándonos de vez en cuando. Irene y Daniel se la pasaban fabricando los «Cronopios» en cerámica. Ahora no sé porque no nos encontrábamos más seguido en la universidad. Debe ser que nuestros horarios de clase eran inconmensurables, porque no volvimos a cursar juntos ninguna otra materia, solo estábamos predestinados a conocernos aquella vez.

Y así pasaron los días y no sé si otros semestres. Lo cierto es que un día andaba yo caminando por Sabana Grande, en una de esas vagancias muy propias de la gente sin oficio, y pensé en Irene y Daniel; imaginé que ya Irene había terminado sus estudios, yo, por mi parte, ya había salido de la Facultad, debe haber sido el año 89 o 90 de no sé de cual siglo. Cuando va y aparece Daniel en medio del boulevard.

Fue un abrazo de esos que se dan cuando uno mete un gol, por supuesto yo nunca he metido de nada. Y allí me cuenta El Daniel que la Irene estaba haciendo la entrega del décimo semestre, y estaba toda retrasada con los planos y no sé que más. Además, con una nueva barriga de nueve meses que no le envidiaba en nada a las dos anteriores. Este que estaba por nacer sería un varón, no recuerdo el nombre ahora. El nombre se lo puso Facundo, de eso si me acuerdo. Y fue más adelante un comelón de caramelos. Irene parece que cronometraba las entregas de taller con el mes de parir

Me comprometí a ir y echar una mano. No había problema por eso. Al otro día estaba allá. Yo dibujaba bien y rápido. Era diestro en ese oficio. En ese entonces se dibujaba en mesa con plumillas, era horrible el oficio, agotador. A veces las plumillas se tapan y ahí venían las consabidas metadas. Antes me había contado el profesor Leszek Zawisza que era peor, porque los dibujante dibujaban con «tiralíneas» con el frasco de tinta abierto en la mesa de dibujo y cualquier movimiento brusco podía volcar el frasco de tinta y aparecía el test de Rorschach que decía adiós al dibujo.

Lo cierto es que hicimos esa entrega, el diseño era algo de no sé que. Irene entrego su último semestre y se terminaron los estudios. También se terminaron los embarazos. Quedó una arquitecta y tres muchachos de ese periplo universitario; Daniel estudiaba lo suyo en la Universidad Católica, no era para cura, advierto. Y también terminó sus flamantes estudios.

Luego nos seguimos viendo esporádicamente. Hasta que nos despedimos sin despedirnos, porque entre los amigos no hay despedidas. Solo reencuentros.

Para Irene y Daniel

Referencias:

Facebook: consultoría y asesoría filosófica Obed Delfín

Youtube: Obed Delfín

Twitter: @obeddelfin

 
 
 

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