EL ODIO A NOSOTROS MISMOS: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA
- 15 may 2018
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El odio a nosotros lo podemos ver expresado en nuestras expresiones urbanas. Cuando, por ejemplo, sin ninguna consideración por nuestro cuerpo, por decir lo menos, nos metemos violentamente al Metro; de este modo, dañamos el patrimonio corporal que debemos cuidar. Además, al asumir este comportamiento está implicada nuestra pobreza espiritual; ya que agredimos físicamente al otro y lo más probable es que también terminemos haciéndolo verbalmente.
Nuestra actitud de dejadez y, por otra parte, destructiva solo puede ser el reflejo de ese odio que sentimos por nosotros mismos. El cual no tiene que ser necesariamente un odio patológico o neurológico, sino que se da a través de nuestro comportamiento y actitud, como algo dado por lo que nos parece natural. El hecho de comprar las bagatelas que venden los buhoneros es un acto de auto-desprecio; como el hecho de comprar medicamentos que no se sabe ni de su procedencia ni de su estado. Esto refleja no solo nuestra calamidad económica sino nuestra miseria cognitiva y espiritual.
Cada actitud y comportamiento de este tipo que manifestamos en la calle, en el autobús, en el Metro expresa ese maltrato y el desprecio que nos damos a nosotros y nos tenemos. El individuo que empuja y se arrincona miserablemente en el Metro; que hace amanece acostado en la acera para comprar un producto subsidiado por el gobierno expresa su escasa su condición humana. Se conforma con las migajas y es parte de las migajas de la vida.
El hecho que la ciudad se haya convertido en una letrina, que hieda a excremento y orina por todos lados. Pues los individuos, sin ningún tipo de prurito, hacen sus necesidades en la vía pública a cualquier hora del día y delante de quien sea. Es solo el reflejo del odio hacia nosotros como individuos y sociedad, si queda algo de ésta. Cualquier explicación sobre este hecho puede ser creíble, pero no explica la contingencia de vivir en un chiquero.
En este sentido, el odio es tanto individual como colectivo. Pues, en la medida que nos odiamos a nosotros terminamos por odiar al otro. Nuestra actitud se hace hábito, se hace costumbre. De ahí esa naturalidad, de resultar tan común. Esto se manifiesta en el desparpajo de la conversación y de lo que conversamos; en la forma como nos expresamos de nosotros y de los demás.
La actitud feroz con que asumimos cualquier roce, por insignificante que éste sea. Lo mal hablado en que nos hemos convertidos, si que alguna vez hablamos bien. La desconsideración que mostramos permanentemente solo da cuenta de ese odio que anidamos dentro de nosotros, el cual queremos solapar como una actitud de mero rechazo o inconformidad.
El deterioro urbano contribuye al odio personal y social. Deterioro que tiene sus causas en los agentes individuales y gubernamentales. La ciudad ha sido destruida social y urbanísticamente. Solo hay que ver lo que anda en las calles y el paisaje urbano. La actitud ramplona y pendenciera es lo abunda. La falta de ciudadanía es palpable. No puede existir el sujeto social si el sujeto personal está desfigurado.
En la medida que el odio social aumenta lo mismo hace el personal. La correlación siempre está presente y se agudiza en la medida que en ambos extremos muestran un mayor aumento de odio. Por ello es que en ciertos sectores de la ciudad el conflicto sea más agudo, porque inciden conjuntamente ambas animadversiones. En estos sectores la ferocidad social está aunada a la barbarie personal, en el otro está solapa bajo el velo de la depresión y el resentimiento.
La expresión personal y social del odio a nosotros mismos es evidente en el entorno urbano. La fealdad en que permanece la ciudad; las formas de comportamiento social cada vez más agresivo e invasivo; la torpeza personal y social que muestran los individuos; las formas de trato interpersonal sin excluir el maltrato personal. En este aspecto, la condición humana está extraviada.
En estas condiciones las posibilidades de prosperidad son difíciles de llevar a cabo, aunque no imposible. Las fortalezas personales y sociales, por su parte, se encuentran disminuidas y en gran parte destruidas. Las posibilidades de éxito social y personal son escasas. En estas condiciones las posibilidades de existir se reducen a su condición mínima. No obstante, la vida siempre se abre camino en la medida que se lo permitamos y posibilitemos un conjunto de alternativas.
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