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ERA UNA PREGUNTA Y NADA MÁS

  • 4 dic 2017
  • 3 Min. de lectura
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Me había invitado a comer, ese fue el primer error. Porque yo estaba más hambriento que Miserere y en aquel momento era capaz de comerme una manada de elefantes a la parrilla. Me serví de todo y a granel en el bufé, un pollo horneado entero se me antojó lo mejor para calmar los rugidos del estómago. Mientras nos sentábamos a la mesa noté que estaba un poco preocupada por algo y, al final, me dijo: — ¿Puedo hacerte una pregunta?


Yo ya había empezado a sudar frío, una tormenta se avecinaba. El apetito flaqueó por un instante, pero éste fue más fuerte que el odio. Sí, adelante, dije de la manera más cortes; aunque no podía decir otra cosa sin parecer grosero. — ¿Eres creyente?


Acá estaba en un dilema, porque podía decir la mentira más grande que la humanidad hubiese oído jamás o seguir, en silencio, comiendo aquel pollo horneado con papas, zanahorias, guisante y otros tres o cuatros acompañantes que había puesto en el plato. En esta elección todavía, debo decirlo, no contaban los tres postres que tenía pensado servirme apenas despachara aquel pollo, el cual devoraba como naufrago recién rescatado. Yo seguía en silencio, el pollo era mi escudo protector; pero éste no me salvaría porque ella volvió a preguntar, asumiendo que yo no había oído. Si la sordera fuese voluntaria en ese momento me habría convertido en una campana de barro.


Ya había despachado los muslos, las papas y las zanahorias cuando me llené de valor y me dispuse a responder. No hay manera de decir una mentira sobre esto sin que dios se tome una revancha más tarde. Puse cara de persona seria e intelectual, y dije: — Por supuesto que sí.


Pensé que había salvado la situación y ahora iba directamente por la pechuga, los guisantes y el resto de los acompañantes. Pero los designios del señor siempre son otros y más en esas circunstancias. Porque ella con su mejor sonrisa repreguntó: — ¿Sí, qué?


Ni la gramática ni la lengua castellana o española debiesen permitir este tipo de preguntas; ni ninguna otra lengua de este planeta. Debí haber elegido un pernil entero, así estaría más ocupado en la mesa. Trataba de recordar si alguien en facebook había publicado algo que pudiese utilizar como respuesta; sin embargo entre tantas bendiciones y mensajes alentadores no encontraba nada que me pudiese salvar de esta situación. No se cantar, ni recitar menos hacer malabares, por lo que me veía obligado antes o después del postre a responder.


Empecé a contarle una historia de mi infancia, que era por supuesto una invención del momento, para ver si se olvidaba de la bendita pregunta. Y aunque ella oía con mucho interés, yo sabía que solo estaba esperando que terminase la historia para quedarse mirando sin pestañar en espera de la respuesta. De lo más indulgente le pregunté si deseaba comer postre, aunque apenas iba por la mitad de su plato.


Y en medio de aquella orfandad, que ni Edward Hopper podría pintar, imaginé que algún filósofo debía tener la respuesta a esta pregunta, me dije. Inmediatamente me sentí descorazonado porque los filósofos son todos unos descreídos, ni son capaces de salvar a nadie, y solo enredan todas las cosas con esa preguntadera del demonio.


Y ya, — Después del postre te respondo, le dije muy orondo. Así salve el asunto. Después de todo, la vida es una obra abierta. Creo que eso lo dijo Umberto Eco, que Dios lo tenga en su santa gloria.


Referencias:

Facebook: consultoría y asesoría filosófica Obed Delfín

Youtube: Obed Delfín

Twitter: @obeddelfin

 
 
 

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