LA BARBARIE COMO ACTO DE SOBERANÍA
- 3 feb 2016
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El lunes primero de febrero a la cuatro y veinte de la tarde aproximadamente un hombre agarra a otro intentándolo robar en la Estación Los Dos Caminos del Metro de Caracas. El ladrón es un hombre entre veinticinco y treinta años, de aspecto normal, bien vestido, muy aseado, bien alimentado, con aspecto de ir al gimnasio o de hacer ejercicios físicos o practicar algún deporte; lo que en Venezuela se llama un moreno claro. El ladrón no tiene ningún estereotipo de ladrón marginal, negrito, desnutrido, arrastrado por la vida, nada de eso. Éste es una persona que puede ser el compañero de trabajo de cualquiera en una oficina privada o pública; estudiante de una universidad pública o privada…
Quien tenía apresado al ladrón era un obrero, que se había percatado que éste lo quería robar. Poco a poco la furia de la gente empezó a manifestarse. Ya que aparecen los recuerdos de vivir con miedo a ser asaltado o asesinado; o el recuerdo de haber sido asaltado; o que robaron a un amigo o a un conocido; o que mataron al hermano, al tío, a la hermana para robarla. La ciudadanía genera el juicio inmediatamente. Este es un ladrón que ha sido capturado intentando robar, el veredicto es culpable y tiene que ser castigado.
En este momento la ciudadanía, y el ciudadano en su manifestación material, se erigen en soberano. Y determinan que tienen la potestad de asumir la ley para castigar a aquel ladrón; que es otro ladrón más que azota sus vidas. Esto se da porque el Estado ha abandonado al ciudadano a su indefensión, lo ha dejado solo ante la delincuencia. El ciudadano sabe que el Estado es incapaz de asumir el Estado de la Ley y el resguardo para defenderlo.
Sí. Lo que se da inmediatamente es el intento real y espontáneo de linchar al ladrón. Porque no queda otra ley posible ante la impotencia de la muerte, de vivir con miedo permanentemente. El ciudadano en su soberanía actúa como le corresponde hacerlo en su defensa propia. Pueden que aparezcan los buenas gentes, los civilizados, que abogan porque esa barbarie de querer linchar al ladrón es un exabrupto; una animalada propia de una sociedad irracional. Éstos últimos deben ver el mundo a través de un cristal rosa, sin que lo abyecto de la vida diaria les roce.
En este acto de justicia social, el ciudadano se hace soberano en su propia realidad. Y no como pretende apaciguarlo el manido discurso político. La fuerza de la rabia, de la frustración provoca esta actuación que se repite cada día más a menudo. El Estado no garantiza la ley, ni la vida, ni la paz de poder ser ciudadano. Entonces, ¿por qué el ciudadano cuando puede aplicar la ley se va a limitar a hacerlo? ¿Por qué no va ajusticiar al ladrón? Parece una apología, pero es una realidad.
Incluso el ladrón preguntaba asombrado por qué le pegaban. Imagino que estaba estupefacto por la reacción de la gente, si él solo había intentado robar. Podría haber dicho el ladrón que «hay otras cosas más importantes». Él ahora era una víctima de la ciudadanía, que se cobraba la afrenta de no ser nada ante la delincuencia. Fuenteovejuna, viejo relato que nos sigue recordando que la soberanía reside en el pueblo, cuando éste decide hacerla suya. Sin que los políticos se la quieran vender o edulcorar.
El Estado protege al ciudadano o el ciudadano poco a poco se hará soberano para hacer la justicia que le corresponde. A esto el Estado responderá represivamente, siempre lo ha hecho así. Aparecerán aquellos que invoquen el derecho a la vida, el derecho a los hombres. Pero solo serán invocaciones abstractas; a una vida y un hombre abstracto. Porque la vida se sigue jugando a cada hora del día y de la noche, con la posibilidad cierta de perder la apuesta. Y esto es lo que sabe a ciencia cierta el ciudadano, porque ha ido muchas veces a funerales o ha tenido la vida en vilo ante el atracador.
El Estado es el único culpable ante esta barbarie. No hay otro. No un Estado inconcreto, sino un Estado con nombre de Presidentes, de Ministros, de jefes de seguridad. Individuos que han debido hacer algo y no lo han hecho. Ante esto, el ciudadano en su realidad palmaria, cada vez que pueda, asumirá su soberanía y actuará en este aguante social.






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