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PUEBLO: UNA PALABRA SIN SENTIDO

  • 28 abr 2017
  • 4 Min. de lectura
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La palabra pueblo de tanto ser manoseada ha perdido sentido. Ya que sirve para todo, y lo que sirve para todo no sirve para nada. Se le ha despojado de todo  significado, al darle muchos significados. Aunque no negamos ni desconocemos los multiusos que puede tener dicho término. No nos referimos a eso, sino al manoseo a que es sometida tal palabra.


Con pueblo podemos referirnos, primero, a toda la población, en la que se comprende el conjunto de individuos de todas las esferas sociales en sus diferentes actividades; abarca a toda la población sin distingo. Segundo, pueblo se refiere a los individuos de las esferas más bajas, es una masa que se compone de sujetos cuya mayoría carece de instrucción. Este sentido es de carácter excluyente y se refiere a lo que en un tiempo se llamó «Juan Bimba». Nombre ya olvidado del hacer venezolano. De ahora en adelante, me voy a referir a este segundo significado.


A los políticos les gusta jugar con ambos sentidos del término. Pero cuando les conviene, y es casi siempre, prefieren el segundo significado. Por ser éste de mayoría numérica reporta más votos. De allí la conveniencia y su manoseo. Como este segundo significado es excluyente apartan adrede a una parte de la población, que termina por no considerarse pueblo. Además, al establecer una cercanía emocional manipulan a su conveniencia a esta parte del pueblo.


A este segundo significado, se le hace creer que él tiene una participación efectiva en los designios de la República. Al decirle que él decide, que él participa. Lo que es más un novelón político edulcorado y sentimentalón. Este Juan Bimba solo es carne de cañón, el jamón del sanduche, la masa amorfa que pone el pellejo para que los grupos dominantes ganen o pierdan su cuota de poder.


La parte que es excluida de este significado. Se piensa que es mejor; que ocupa un papel privilegiado socialmente. Se cree no-pueblo. Incluso el término se usa despectivamente. Tenemos, por una parte, Juan Bimbas y, por la otra, No Juan Bimbas. Los políticos, en sus manipulaciones, los presentan como sujetos antagónicos, y ambos se lo creen. Se excluyen geográficamente, oeste y este. Se desconocen y se repudian. Ambos interpretan al otro a partir de los imaginarios.


 Ambos son manipulados y ambos piensan que no. Se busca cualquier tipo de justificación para excluirse del otro bando. Y eso suma votos cuando al político le conviene. De allí, la babosería del discurso político cuando necesita sumar sus votos particulares. Lisonjean con ambas partes, las adulan, siempre a conveniencia. Las unen o la desunen también a conveniencia.


Creer que se es de una parte o de la otra se funda en lo que se denomina alienación. Que es el proceso mediante el cual el individuo o una colectividad transforman su conciencia hasta hacerla contradictoria con lo que debía esperarse de su condición. En el ámbito psicológico, se considera un estado mental caracterizado por una pérdida del sentimiento de la propia identidad. En este sentido, ambas sectores padecen de alienación, aunque algunos de ellos dicen ser al respecto preclaros.


La invención de una historia romántica con respecto al pueblo es pan de todos los días. Se dice que él es el salvador de la patria, que en él recae la soberanía, que él es quien toma las decisiones… y cuanta cosa se les ocurre a los políticos, a la espera de recoger los votos que luego le exigirán como pago por los servicios prestados. El uso utilitario de la masa de gente que conforma una república, una monarquía o la forma de gobierno que sea es un descaro. Se le adula cuando conviene y se reprime si exige algún derecho.


Se dice que en éste se depositan las esperanzas de la nación, y se hace con él un juego sensiblero porque se le considera mentalmente inferior, para entender razones. De allí, toda esa historia romántica sobre las virtudes gloriosas, revolucionarias, victoriosas del pueblo. Es el halago vil para mantenerlo en el estado de servidumbre. Pero cuando pide pan, le dicen que coman tortas.


El político sea de derecha o de izquierda manosea la palabra pueblo a su antojo. Inclina la balanza según sus preferencias cuando le conviene. Lo manipula, lo une o lo desune. Se abraza a él, suda con él, camina con él. No obstante, las ganancias son privadas; las pérdidas democráticas. Así es el grado del cinismo político.


Les prometen villas y castillos, para luego repartirles malas migajas. Es una historia de nunca acabar. Ahora los políticos hablan de cambios haciendo el papel de ilusionistas. Si la policía que hoy reprime, es la misma de ayer y la misma de mañana. Que habrá nuevas políticas, cómo, si los instrumentos son los mismos y los políticos también. Recordemos que son amigos, porque tienen el mismo ámbito laboral. Ambos gustan de los pactos de medianoche y canto de gallos.


  Y en este sinsentido lo llevan del timbo al tambo y él dejándose llevar irremediablemente, porque la ausencia de sentido ha terminado por calarle hasta los huesos. Ha perdido su papel si algún día, en verdad, lo tuvo. Es bueno para cuando conviene. Así lleno, a la vez, de escepticismos y esperanzas arrastra el pueblo su vida.


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