- 20 jul 2019
- 1 Min. de lectura
Una de las primeras cosas que a un ciudadano europeo le puede asombrar a poco que se dé una vuelta por las calles de una ciudad venezolana, estando acostumbrado a que la venta de la piratería de cine sea cosa de los manteros que guardan rápidamente su artículos y ponen pies en polvorosa con la aparición de la policía, es el increíble paraíso que la República Bolivariana constituye para esta actividad ilegal.
Porque uno siempre tiene la ocasión de adquirir en este país caribeño un DVD o un Blu-ray de la película o la serie que se le antoje, incluso las últimas novedades de la cartelera o de las plataformas de streaming más boyantes, como Netflix, HBO o Amazon Prime, en cualquier parte, a la vista de todo el mundo y sin ningún impedimento.
Y no por el surtido de los primos tropicales de los manteros españoles —que también—, sino porque en quioscos, tiendas callejeras y hasta establecimientos de centros comerciales no se esconden en absoluto; dispensan sus copias piratas con total tranquilidad junto a restaurantes, supermercados, peluquerías, boutiques, farmacias y otros negocios legítimos porque las autoridades no mueven un dedo en su contra nunca. "Hay una falta de voluntad política por hacer cumplir la ley de propiedad intelectual", asegura Joaquín Núñez, socio del bufete de abogados caraqueño Hoet, Peláez, Castillo y Duque que se especializa en casos referentes a este campo y ya ha reunido en él una trayectoria de tres lustros. Más información